En estas fechas me gusta coger el coche y vagabundear por la isla. Dejarse llevar sin rumbo fijo o, quizás, permitirle al instinto, al alma, que nos guíe. Así, he llegado hoy a la playa de mi niñez: desde que nací hasta que comencé a trabajar, verano tras verano, estas negras arenas acompañaron los rincones de fantasía del niño, las horas de lectura del adolescente, el tedio, los juegos. Estas arenas están pobladas de recuerdos, de ausentes, del ausente en el que me he convertido. Hoy he llegado aquí y me ha costado reconocerla: el tiempo y el hombre también hacen estragos. Sin embargo, no era necesario un gran esfuerzo para reencontrarla en la memoria. Su contemplación me ha devuelto un poema de Agustín Millares Sall.
NOSTALGIA INCONTROLADA
Aún tengo arena en los pies
De aquella remota infancia
Aún mis huellas en la playa
Como orígenes se ven
de las actuales pisadas
Aún por las aguas borradas
Vuelven con el tiempo a ser
Convergencias confirmadas.
Aún tengo el clavo en la piel
Aún llevo el cubo y la pala
Para fabricar montañas
A la altura de mi sed
Aún me subyuga ser pez
La bajamar y la barca
Y hacer burla de la red
Con velas recién infladas.
Aún mi memoria da fe
De aquella peña esmeralda
Centinela de mi casa
Aún declaro en el papel
Que en su cintura jugué
Que disfrutando el ayer
Me alcé sobre sus espaldas
Con deseos de crecer.
Aún me pregunto por qué
Me enamora la distancia.
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