sábado, 29 de enero de 2011

EUGEN DORCESCU



Eugen Dorcescu acaba de publicar en Rumanía su último libro Elegiile de la Bad Hofgastein (Elegias de Bad Hofgastein) en la Editorial Mirton, Colección Lyra. Descubrimos a este autor rumano tres años atrás, cuando se publicaron algunos de sus poemas y un artículo sobre su figura en el periódico La Opinión de Tenerife. Hace unas pocas semanas, en el suplemento El Perseguidor del Diario de Avisos (Tenerife), apareció una muestra de su anterior obra Poemele bătrânului (Poemas del viejo), en una traducción del propio autor y de la también poeta y editora Rosa Lentini. En el año 2010 su libro drumul spre tenerife (el camino hacia tenerife) fue publicado por Ediciones Idea (Tenerife), con traducción del propio autor y de este viajero.
Eugen Dorcescu no es solo un enorme poeta sino un amigo en el espíritu y en la poesía. En sus versos, se desdobla para mostrarnos, en un diálogo con su propio yo poético, cuál es su posición en el mundo ante la creación, ante los hombres, ante Dios mismo. Eugen Dorcescu es un poeta ontológico y cercano porque habla del alma y desde el alma.
Este poema pertenece a su penúltima obra Poemas del viejo.


El viejo no se
pregunta a sí mismo por qué
ha llegado también
a la mañana de hoy,
una mañana tan ajena, que
puede considerarla inexistente,
con poco esfuerzo – en el fondo, con
ningún esfuerzo, solamente con aquel
reciente asombro –
puede considerarse él mismo también
inexistente,
no ha sido necesario que
saliera de su propio ser,
ha partido solo, espontáneamente,
arrancado por una fuerza desconocida,
ahora, ya sin ser él
recorre grandes imperios
abandonados,
anda, extraño, por calles
abandonadas,
pasa junto a edificios de color azul
abandonados,
puede verse aún a sí mismo,
en un claro abandonado,
cerca de un río abandonado,
en la proximidad de las
pasadas, importantes
irrealidades
de una vida
abandonada.

jueves, 27 de enero de 2011

CENIZAS A LAS CENIZAS




*
Mi abuela, subida a los hombros de su abuelo, observa entre la multitud agolpada, cómo Alfonso XIII desembarca en el muelle en su primera y única visita a la isla.
El viejo recuerda que, cuando niño, se paraba en el mismo lugar para despedir a los que emigraban a Cuba y que ya nunca volvieron.

*
Apenas tiene un año cuando su madre la coge en brazos y huyen en dirección a la capital.
El miedo a que la erupción de la montaña alcance el pueblo, la memoria ancestral de la destrucción y el origen.

*
Años más tarde caminarán toda la noche, descalzos, por el Camino Real del Norte. A oscuras, conjurados contra los miedos a los aparecidos. La mujer blanca en la fuente del agua.
Con el día llegarán a un chorro, se lavarán los pies, se calzarán las alpargatas y entrarán en la capital.

*
Mi otra abuela ve partir a su hermana mayor por el Camino Real del Sur. Cuba otra vez en el horizonte. El polvo reseca las lágrimas. No vuelve la cabeza. Nunca volverá la cabeza.

*
Dos décadas después mi padre se parará en un quiosco y leerá, curioso, acerca del desembarco de tropas en la costa norte de Francia. Un tío había perdido una pierna en otra guerra. Por eso es zapatero.
El tiempo y el espacio demasiado lejanos. Baja al barranco y lo asciende durante horas.

*
Aún no se han encontrado cuando mi madre retiene los nombres de las playas mientras van siendo sepultadas. Otra vez el muelle. Sube al tranvía y se aleja.

*
Soy portador de la memoria de seis generaciones. He dejado por escrito que mi cuerpo sea incinerado.

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