viernes, 27 de mayo de 2011

GRABADOS



Cuando los grabados se nos mostraron, callamos. Un silencio reverencial hacia la huella de unos hombres que habitaron justo en este lugar hace unos cuantos cientos de años. ¿Por qué estos trazos? ¿Por qué aquí?
Nos detuvimos a acariciar la roca, a fundirnos en aquel entorno, a sentirnos herederos de las líneas, de la piedra. La fuerza de aquella tierra nos sedujo en la contemplación.

domingo, 22 de mayo de 2011

LITÓFONOS



Viajar a la tierra e impregnarse de ella. Compartir los ritmos y los sonidos. La montaña esconde la canción. Solo debes pulsar en ella.

LORCA

Mi amigo, el poeta Juan Ramón Barat, vive en Lorca y ha escrito este texto.


LOS MISERABLES

Van vestidos con chalecos y cascos reflectantes y llevan una bolsa con botes de pintura o sprays. Forman grupos de cuatro o cinco individuos. La gente de Lorca los ve recorrer las calles, sorteando escombros, pisoteando cascotes, vadeando cintas y vallas que prohíben el paso.
Lorca, asolada por varios terremotos, parece una ciudad bombardeada y estos hombres del chaleco van catalogando los diversos grados de la catástrofe. Como si marcaran en un estadillo el número de ilesos, heridos, muertos y desaparecidos en una guerra macabra –valga la redundancia-. Lo indican con colores: verde, amarillo y rojo. Los del ejército (Unidad Militar de Emergencia) son unos verdaderos ángeles caídos del cielo, aunque no lleven alas y vistan de negro, porque se están dejando la piel en la tarea, arriesgando su vida al entrar en las casas que pueden venirse abajo de un momento a otro. Cuando se topan con el infierno de lo irremediable, le ponen un matiz fúnebre al asunto del cromatismo: pintan directamente con un círculo negro, que significa más o menos lo que el mismo color sugiere: pozo negro o cataclismo integral o muerte súbita.
Los hombres del chaleco reflectante o los del UME, decíamos, recorren la ciudad con los botes de pintura y marcan una cruz o un círculo en las fachadas o junto a las puertas de los edificios y las casas. La gente los rodea, los sigue, acecha sus movimientos, habla con ellos con el corazón encogido, el alma en vilo, los ojos al borde de las lágrimas, porque del color de la cruz o del círculo depende el nivel de la desgracia. Se puede entrar en la casa sin problemas, aunque haya desperfectos (verde); se recomienda no entrar o entrar con mucho cuidado, pero salir enseguida (amarillo); no se puede entrar porque las estructuras del edificio han sido gravemente dañadas y hay peligro de derrumbe (rojo); se prohíbe el paso, este edificio va a ser demolido en breve (negro).
Lo curioso del caso es que muchísimos de los edificios coloreados de rojo o negro son de reciente construcción. Como suena. Estamos hablando de uno, dos, tres, cuatro o cinco años de antigüedad. Algunos, incluso, aún no han comenzado a ser habitados.
El terremoto de 5,1 grados habido en Lorca a las 18:50 h. el pasado miércoles, día 11 de mayo, ha dejado al descubierto las miserias no sólo de los edificios sino de los arquitectos, ingenieros, constructores, maestros albañiles, contratistas, promotores y otros personajes del mundo del ladrillo, que nos han dado gato por liebre. No sé si el lector me estará entendiendo. En vez de poner 1.000 kilos de hierro para sujetar la estructura estos miserables han empleado 500 kilos. En vez de colocar hormigón o cemento armado, han usado arena tonta. Y así sucesivamente. Pero no contentos con esa estafa, se dedicaban a vender esos pisos treinta veces más caros de lo que a ellos les costaba. Dicho de otro modo, un piso podía costarle al constructor entre 50 ó 70.000 euros aproximadamente. Pues bien, los vendían por 240, 250, 260 ó 270.000 euros, céntimo arriba, céntimo abajo, según cómo y dónde, en las fechas en que fueron puestos a la venta. Es decir, en los años de las vacas gordas, previos a la gran crisis actual. Que el lector saque sus conclusiones.
Estos indeseables que se han dedicado a llenarse el bolsillo robando e inflando el mercado inmobiliario, conchabados con los banqueros y otros alienígenas corruptos de los que hablaremos otro día, son los responsables de la burbuja especulativa y de la bancarrota económica y moral en la que estamos sumidos. Pero no sólo eso. Como digo, el terremoto ha puesto al descubierto las miserias de los edificios de paja que estaban construyendo. Por si el lector no lo sabe, un edificio debe ser capaz de soportar el achuchón de un terremoto de unos 7 grados en la escala Richter. Y estos no han aguantado ni uno de 5,1.
¿Quiénes son estos constructores, promotores, ingenieros o arquitectos? Lorca no es tan grande. Pueden contarse con los dedos de las dos manos. Todo el mundo los conoce. De hecho, algunos cometieron la osadía de colocar una placa con su nombre junto a la puerta del edificio donde ahora los hombres del chaleco reflectante y los del UME han dibujado un círculo rojo o negro.
Estoy convencido de que si el célebre Víctor Hugo, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, saliera de su tumba, no dudaría en utilizar todo este material (de derribo y humano al mismo tiempo) para acometer la segunda parte de su famosa obra Los miserables.
Espero que esto no se quede en agua de borrajas, que es lo que suele suceder siempre en este país. Tal vez no sea una mala idea que los propios afectados, esos hombres y mujeres que han visto desmoronarse brutalmente su casita de papel –perdón por la metáfora-, acudan a los tribunales y presenten las demandas pertinentes para que se depuren responsabilidades civiles y penales. En algún lugar tiene que haber un juez dispuesto a hacer justicia –lamentablemente la frase no es un pleonasmo-. Estos miserables deben ser juzgados, y no sólo por lo sucedido sino también por todo lo que podía haber ocurrido. Porque si el terremoto hubiera dado un arreón un poquito más fuerte, sin necesidad de llegar a la magnitud de los 7 grados, Lorca no sería hoy una triste ciudad en ruinas. Sería un inmenso cementerio en ruinas.


Juan Ramón Barat
Escritor independiente

18 de mayo de 2011

lunes, 16 de mayo de 2011

KNOCKIN' ON HEAVEN'S DOOR

Si tuviera que elegir solo una canción, una sola música, esa sería Knockin' on heaven's door de Bob Dylan. Podría hacer una relación con unas cuantas razones, pero quizás no sea este el momento.
Recuerdo que la primera vez que la escuché fue mientras visionaba Pat Garret & Billy The Kid de Sam Peckinpah: el alguacil muriendo y contemplando a su mujer.
Más adelante se presentó de forma definitiva cuando me sacudió para mostrarme la muerte en toda su esencia. Escribí un poema, hoy muy antiguo.
La reencontré en las calles de Dublín en boca de unos guitarristas descalzos y en aquel momento iluminados. Hubo otro poema.
No he dejado de oírla porque la he buscado o me ha perseguido cada vez que el instante lo requería. He vuelto a hablar sobre ella en uno de mis últimos libros, Retorno (The dream is over), aunque en realidad no es sino una reescritura de todos los poemas anteriores, un círculo que no termina de cerrarse.
Desde hace años colecciono versiones: quizás tenga unas cuarenta. Honestamente, no las he contado nunca. Pero de todas ellas, de todas esas versiones, hay una que me impacta profundamente, incluso más que algunas de Dylan. Y esa es la de Warren Zevon, quien, sabiendo que moría, quiso incluirla en su último trabajo (The Wind) a modo de epitafio. Bob Dylan accedió y no cobró por ello. Dos semanas después de su muerte, el disco sale a la luz y, posteriormente, es premiado. Pero, más allá de toda esta relación de hechos, lo que realmente impresiona de su versión, lo que realmente me atrapa de forma irracional e hipnótica, lo que me entristece y me conduce a no cesar de oírla una y otra vez, es el coro final, el momento en que sobre el conocido estribillo se oye la voz de Warren Zevon clamando: ¡Open up! ¡Open up! ¡Open up for me!


sábado, 14 de mayo de 2011

TENO



tabaiba dulce:
el rebaño de cabras
pasa de largo



entre los árboles
escalones de piedra:
ya nadie pasa



prado de jaras:
un zumbido de moscas
a mediodía

domingo, 8 de mayo de 2011

LA FAJANA



Quizás el espíritu de la isla resida en lugares como los barrancos. Los manantiales fluyen, el agua corre. Quizás sea todo tan simple como abandonarse a la contemplación. Los mirlos cantan y observan. Las cabras en las laderas, la casa en ruinas, la cruz vigilante. Senderos centenarios donde anegarse.
El recorrido desde la cumbre hasta el mar y luego la vuelta. El esfuerzo merece la pena. El cuerpo se agota, sin embargo el espíritu se renueva.
El retorno, el eterno retorno a las raíces. 



miércoles, 4 de mayo de 2011

MARY JO BANG



¿Por qué me atraen estas poetas norteamericanas que escriben sobre la pérdida de los seres queridos? Sharon Olds con El padre, Tess Gallagher con El puente que cruza la luna y ahora Mary Jo Bang con Elegía y la desgarradora pérdida de su hijo, muerte por sobredosis. Reconozco mi devoción por Sharon Olds y por todo cuando escribe, pero este libro me ha dolido. Hay lecturas que, aunque solo sea por un breve periodo, cambian nuestro forma de contemplar el mundo. Me ha ocurrido con Elegía.

ODA A LA HISTORIA

Si no se hubiera acostado con aquel chico
hace todos esos años, dónde estarían, se pregunta.
Ella y el hijo que no habrían existido y que ya
no existía. No sabría nada
de la maternidad. No sabría nada
de la muerte. No sabría nada
del amor. Esas tres cosas que se le concedían
para recordar. Despiértame, por favor, dijo ella,
cuando esta vida termine. Mírala: es como si
las ventanas de la noche estuvieran cosidas a sus ojos.

(Traducción de Jaime Priede)