viernes, 30 de diciembre de 2011

VAGABUNDEOS



En estas fechas me gusta coger el coche y vagabundear por la isla. Dejarse llevar sin rumbo fijo o, quizás, permitirle al instinto, al alma, que nos guíe. Así, he llegado hoy a la playa de mi niñez: desde que nací hasta que comencé a trabajar, verano tras verano, estas negras arenas acompañaron los rincones de fantasía del niño, las horas de lectura del adolescente, el tedio, los juegos. Estas arenas están pobladas de recuerdos, de ausentes, del ausente en el que me he convertido. Hoy he llegado aquí y me ha costado reconocerla: el tiempo y el hombre también hacen estragos. Sin embargo, no era necesario un gran esfuerzo para reencontrarla en la memoria. Su contemplación me ha devuelto un poema de Agustín Millares Sall.

NOSTALGIA INCONTROLADA

Aún tengo arena en los pies
De aquella remota infancia
Aún mis huellas en la playa
Como orígenes se ven
de las actuales pisadas
Aún por las aguas borradas
Vuelven con el tiempo a ser
Convergencias confirmadas.

Aún tengo el clavo en la piel
Aún llevo el cubo y la pala
Para fabricar montañas
A la altura de mi sed
Aún me subyuga ser pez
La bajamar y la barca
Y hacer burla de la red
Con velas recién infladas.

Aún mi memoria da fe
De aquella peña esmeralda
Centinela de mi casa
Aún declaro en el papel
Que en su cintura jugué
Que disfrutando el ayer
Me alcé sobre sus espaldas
Con deseos de crecer.

Aún me pregunto por qué
Me enamora la distancia.

lunes, 12 de diciembre de 2011

RAYEN KVYEH



Ayer fue un día especial: pude conocer a la poeta mapuche Rayen Kvyeh. Junto a unos amigos, almorzamos, la oímos hablar con amor de su pueblo, de su organización social, de su cosmogonía, de la situación de continua lucha por sus derechos como pueblo originario de América.
Luego hicimos una pequeña excursión a Anaga, concretamente al caserío de Afur. Allí, en ese espacio mágico, cantó este poema y nos hechizó con la belleza sonora de una lengua ancestral que ata a la tierra de la que nace.

viernes, 9 de diciembre de 2011

AMIGO, HERMANO



Hace treinta años tres adolescentes caminaban en una tarde lluviosa y oscura de invierno en busca de un dibujante que colaborara en un fanzine de tintes lovecraftianos que llevaba por título Historias Extrañas. Avanzábamos inseguros y perdidos por las calles de una ciudad, La Laguna, entonces desconocida. La distancia desde la parada de la guagua que nos había llevado desde Santa Cruz hasta la casa nos parecía inmensa. Equivocamos nuestro camino muchas veces hasta que tropezamos con aquella inmensa mansión mágica. Nos recibiste, nos recibieron tu madre y tus hermanas. Aquel fue el comienzo de tardes inmensas rodeados de meriendas, de charlas, de juegos sobre el tapete, de búsquedas esotéricas. Como afirmaba aquella película que vimos más de una vez, fue el comienzo de una larga amistad.
Quince años más tarde, bajabas la calle que conducía a una clínica junto a un parque de Santa Cruz. Llevabas un peluche en la mano e ibas a conocer a mi hija recién nacida. Tú fuiste su primera visita y aquel su primer peluche.
Hoy, quince años más tarde, te has ido definitivamente y solo quiero evocar momentos de nacimiento, de vida, en un intento inútil de sortear la muerte traicionera, aunque me vengan las imágenes a borbotones, a cientos, a miles y no sepa cómo ordenarlas para darle una coherencia al recuerdo, a tantos años y tantos recuerdos.
Sé que no puedes oírme ni leerme, pero necesito apalabrar el dolor, la rabia que me consume; quiero conjurarlas, dibujarlas para que no hallen más cabida.
Sé que no hubieras querido que lloráramos, pero no se puede esconder tanto dolor cuando ha habido tanto amor. No te pido disculpas por haber llorado tanto. No te pido disculpas por habernos quedado -otra vez tres amigos- recordándote: tu humor negro, tu mala leche, nuestras especiales celebraciones de Semana Santa,...
Ocurre algo, Kiko: que, aunque no hayas sido el primero de nosotros en partir, no me acostumbro a las pérdidas; que, aunque sé que el tiempo mitiga el dolor, las cicatrices siempre duelen. Y yo, amigo, hermano, anhelo tu presencia siempre necesaria.

lunes, 5 de diciembre de 2011

JANE KENYON



LEYENDO EN VOZ ALTA A MI PADRE


Escogí el libro al azar
en la estantería, pero con la primera frase
de Nabokov me di cuenta de que no era
lo más apropiado para leer a un hombre moribundo.
Empezaba así: la cuna se mece sobre el abismo
y el sentido común nos dice que nuestra existencia
no es más que un breve destello de luz
entre dos eternidades de oscuridad.

Las palabras nos perturbaron a los dos inmediatamente
y me detuve. Con la música ocurrió lo mismo-
el Concierto para piano de Chopin- me pidió
que lo quitara. Dejó de comer y bebió
un poco, mientras que los tumores se apropiaban
rápidamente de los que quedaba de él.


Pero, volviendo a la cuna que se mece, creo
que Nabokov estaba equivocado. Este es el abismo.
Esa es la razón por la que los bebés chillan al nacer
y los moribundos tienden la mano
a algo que sólo ellos pueden alcanzar.


En el final, no quieren tener las manos
bajo las mantas, y si pusieras su mano
en la suya, en un gesto indeciso
de solidaridad, ellos la retirarían
y deberás respetar ese deseo
y dejarles que la liberen.

Traducción: Hilario Barrero

domingo, 4 de diciembre de 2011

WILLIAM WORDSWORTH

What though the radiance which was once so bright
Be now for ever taken from my sight,
Though nothing can bring back the hour
Of splendour in the grass, of glory in the flower;
We will grieve not, rather find
Strength in what remains behind.