Hace treinta años tres adolescentes caminaban en una tarde lluviosa y oscura de invierno en busca de un dibujante que colaborara en un fanzine de tintes lovecraftianos que llevaba por título Historias Extrañas. Avanzábamos inseguros y perdidos por las calles de una ciudad, La Laguna, entonces desconocida. La distancia desde la parada de la guagua que nos había llevado desde Santa Cruz hasta la casa nos parecía inmensa. Equivocamos nuestro camino muchas veces hasta que tropezamos con aquella inmensa mansión mágica. Nos recibiste, nos recibieron tu madre y tus hermanas. Aquel fue el comienzo de tardes inmensas rodeados de meriendas, de charlas, de juegos sobre el tapete, de búsquedas esotéricas. Como afirmaba aquella película que vimos más de una vez, fue el comienzo de una larga amistad.
Quince años más tarde, bajabas la calle que conducía a una clínica junto a un parque de Santa Cruz. Llevabas un peluche en la mano e ibas a conocer a mi hija recién nacida. Tú fuiste su primera visita y aquel su primer peluche.
Hoy, quince años más tarde, te has ido definitivamente y solo quiero evocar momentos de nacimiento, de vida, en un intento inútil de sortear la muerte traicionera, aunque me vengan las imágenes a borbotones, a cientos, a miles y no sepa cómo ordenarlas para darle una coherencia al recuerdo, a tantos años y tantos recuerdos.
Sé que no puedes oírme ni leerme, pero necesito apalabrar el dolor, la rabia que me consume; quiero conjurarlas, dibujarlas para que no hallen más cabida.
Sé que no hubieras querido que lloráramos, pero no se puede esconder tanto dolor cuando ha habido tanto amor. No te pido disculpas por haber llorado tanto. No te pido disculpas por habernos quedado -otra vez tres amigos- recordándote: tu humor negro, tu mala leche, nuestras especiales celebraciones de Semana Santa,...
Ocurre algo, Kiko: que, aunque no hayas sido el primero de nosotros en partir, no me acostumbro a las pérdidas; que, aunque sé que el tiempo mitiga el dolor, las cicatrices siempre duelen. Y yo, amigo, hermano, anhelo tu presencia siempre necesaria.
3 comentarios:
GRACIAS
Kiko no ha tenido amigos, sino hermanos, una fraternidad de seres especiales e inteligentes a las que no sabemos como agradecer tanto amor.
Muchas gracias Cori, de mi madre y nuestro.
Un abrazo fuerte, amigo, hermano. Demasiado hermoso, demasiado bello... No tengo palabras. Un abrazo muy, pero que muy fuerte desde este lado del ordenador. Eduardo García Rojas.
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