lunes, 16 de mayo de 2011

KNOCKIN' ON HEAVEN'S DOOR

Si tuviera que elegir solo una canción, una sola música, esa sería Knockin' on heaven's door de Bob Dylan. Podría hacer una relación con unas cuantas razones, pero quizás no sea este el momento.
Recuerdo que la primera vez que la escuché fue mientras visionaba Pat Garret & Billy The Kid de Sam Peckinpah: el alguacil muriendo y contemplando a su mujer.
Más adelante se presentó de forma definitiva cuando me sacudió para mostrarme la muerte en toda su esencia. Escribí un poema, hoy muy antiguo.
La reencontré en las calles de Dublín en boca de unos guitarristas descalzos y en aquel momento iluminados. Hubo otro poema.
No he dejado de oírla porque la he buscado o me ha perseguido cada vez que el instante lo requería. He vuelto a hablar sobre ella en uno de mis últimos libros, Retorno (The dream is over), aunque en realidad no es sino una reescritura de todos los poemas anteriores, un círculo que no termina de cerrarse.
Desde hace años colecciono versiones: quizás tenga unas cuarenta. Honestamente, no las he contado nunca. Pero de todas ellas, de todas esas versiones, hay una que me impacta profundamente, incluso más que algunas de Dylan. Y esa es la de Warren Zevon, quien, sabiendo que moría, quiso incluirla en su último trabajo (The Wind) a modo de epitafio. Bob Dylan accedió y no cobró por ello. Dos semanas después de su muerte, el disco sale a la luz y, posteriormente, es premiado. Pero, más allá de toda esta relación de hechos, lo que realmente impresiona de su versión, lo que realmente me atrapa de forma irracional e hipnótica, lo que me entristece y me conduce a no cesar de oírla una y otra vez, es el coro final, el momento en que sobre el conocido estribillo se oye la voz de Warren Zevon clamando: ¡Open up! ¡Open up! ¡Open up for me!


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