Ayer madrugué para coger el primer barco hacia La Gomera junto a mi amigo, el pintor Atilio Doreste. Nos dirigíamos a rodar en un lugar mágico de la isla. Un proyecto que funde las artes plásticas con la literatura nos brindó la oportunidad, como relata Atilio en su blog.
Conocía el emplazamiento por fotos previas, pero nunca imaginé la magia que me aguardaba. El momento parecía propicio: las nieblas que ascendían, las raíces que brotaban de la tierra degradada y yerma, las formas que nos mostraban los árboles espectrales, el dios egipcio que creí reconocer en uno de ellos. Ese era el espacio donde debía recitar. Los colores; el color del suelo; las formas ocultas que se nos mostraban. La vegetación rala. El aroma; el silencio. Inmenso el contraste entre el bosque de laurisilva y este enclave telúrico.
El paisaje viene siempre a mí como un lugar de la memoria. El lugar físico provoca constantemente la recreación de otros emplazamientos del espíritu y, sobre todo, de la infancia. La contemplación de un lugar provoca la palabra, pero no cualquier palabra sino aquella que se vincula a él.
Cada espacio tiene no solo su propia lengua sino su propio discurso. No hay un valor simbólico en mi paisaje; es real, está vivo porque lo creo y lo recreo, lo invento, lo destruyo para volverlo a construir. Este es el lugar y el paisaje.
Cada espacio tiene no solo su propia lengua sino su propio discurso. No hay un valor simbólico en mi paisaje; es real, está vivo porque lo creo y lo recreo, lo invento, lo destruyo para volverlo a construir. Este es el lugar y el paisaje.
Condujimos luego por las carreteras sinuosas y solitarias del bosque, respirando, llenándonos de la energía que exuda esta isla. Después el regreso, la vuelta a una realidad distorsinada, a otra isla sepultada y moribunda. El retorno a La Gomera se hace cada vez más necesario.
6 comentarios:
Si esta vez fue el silencio, la próxima será el sonido. Habrá que volver.
Siempre dispuesto a regresar a la isla.
Me ha gustado, Cori, tanto las fotos (IMPRESIONANTES) como la puesta en escena de tu relato. Valió la pena, y mucho, el madrugón.
Siempre es gratificante regresar a un entorno donde se siente latir la vida. Gracias, Miguel, por tus comentarios.
Casi dos años después, mi recuerdo:
La Isla
Estás
siempre
al término
perdido en el sol
del paseo,
al cabo del día,
al fin inalcanzable
de cada instante.
Eres una fuente de hojas y
flores
barbollando en la
puesta del sol.
El invierno
te pasa por la sangre,
por los brazos, por
el seno,
te llena con su savia
fría,
brota, con brumas incluso,
sobre las blandas realces
del ser...
En la soledad
vaga y nítida – tú:
señal fantasmatico,
thanato gyne...
Eugen DORCESCU
Hermoso, como siempre, tu verbo y tu espíritu. Hermoso el recuerdo y el deseo de compartirlo.
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